Mi parto sin respeto.

Alguna vez escuché: «Todo parto es maravilloso, no debe de haber comparaciones». Para algunas mujeres como yo, ¡no! Nos arruinaron la forma de pensar en parir con amor, parir sin miedos, parir sin gritos; yo quería experimentar el amor al dar a luz a mi hija, no quería experimentar una cruel violación de mi cuerpo, de mi intimidad. Me arrebataron las ganas de querer un parto natural y me llevaron a un parto con dolor, desesperación y miedo.



Cada vez que comienzo ver un parto natural por cualquier web, me corren lágrimas, porque tenía ganas de un parto natural con la Hermana Mayor, vivir y contar mi historia de amor. Por supuesto que termina siendo una historia de amor, pero a partir de su nacimiento, a las 3:48 p.m. de un 10 de marzo. Pero antes  de eso, fui cruelmente violada. Así me sentí:

La Hermana Mayor tenía ganas de nacer antes de su fecha probable de parto, un sábado de febrero, justo cuando yo tenía unas 34 semanas de embarazo. Me dieron contracciones que no paraban y, directamente, nos fuimos a emergencias de un hospital nacional. Recuerdo muy bien que estaba sentada y no me paraban las contracciones, y si caminaba era peor. ¡Qué miedo y qué angustia! Claudine nada se movía.
Nos atendieron, me hicieron pasar, sola, con tantos «doctores» en los que yo confiaba, pero estaba equivocada. No paraban los dolores y así me comenzaban a pedir todos mis datos y la historia de cómo llegué a emergencias. En ese instante, les sugerí: «¿No pueden llamar a algún familiar y de una vez atenderme? ¡Me siento mal!» Creo que no tomaron importancia en lo que dije. ¡Rabia! Eso sentí, comenzaba a incomodarme. Llegaban mujeres con abortos espontáneos, algunas más jóvenes que yo (en ese momento tenía 22 años) y miles de cosas se sumaron en mi cabeza. Ya tenía miedo, ¡quería irme! Mi corazón y mi alma, en ese momento, me decían: «¡Auxilio!» Porque lo peor sucedería después.
Llegó una doctora con una bata: «Señora, venga por acá, se va a quitar el pantalón y la ropa interior». Hasta ese momento, nunca había tenido un tacto vaginal, los nervios se apoderaron de mí y aún no sabía que no podían tocarme si yo no quería. «¡Auuuuu…!» - grité. ¡Me dolió! Y pensar que yo lo veía como algo normal. Y en ese instante, me dijo: «Estás en uno (de dilatación), eres primeriza, no pasa nada hoy, estás verde». Por sus recomendaciones, seguí echada, no me moví, pero sí me tapé, sentí vergüenza, además que pasaban a cada rato los practicantes, doctores, doctoras. A los 10 minutos, llegó alguien con una bata. Era una señorita, y me preguntó: «Señora, ¿por qué viene?». De nuevo, a comenzar a explicar todo. Lo único que hizo fue ponerse esos guantes y de nuevo tacto. A gritar, nuevamente: «¡Auuuuuu…! ¡Ya no señorita!» Y ella: «Señora, relájese». De nuevo, se fue ella. Al rato, llegó otro más que creía que yo era un juguete, porque llamó a una señorita y le dijo: «Parece uno», y ella: «No, parece 2». Era el conejillo de indias de ellos. Y así, llegaron más practicantes y ginecólogos, yo echada, llorando del dolor de las contracciones y llorando porque estaba adolorida de los tactos que me hicieron; solo tocaba mi vientre y le decía a mi niña que todo iba a pasar, que yo me sentía mal y quería ir a casa pronto.
 Me internaron, porque seguían las contracciones, me llegaron hacer más tactos, hasta cuando una obstetra le dijo a una practicante: «Señorita, ya no le hagan nada, porque ella tiene 34 semanas». ¡Al fin! Alguien hablo por mí, yo no podía hacerlo, no me sentí con valor para decir NO, porque tenía miedo que me dijeran algo. ¿Tonto no? Pero es cierto, cuando uno no tiene información… Fue una cruel violación hacia mi intimidad, aún más  sabiendo que yo tenía 34 semanas  de gestación, no debían de tocarme.
Todo ese episodio de mi vida duró una semana y media, ya quería irme, tenía miedo de seguir quedándome, y esas imágenes nunca se borrarán de mi alma, de mi corazón, porque ellos destrozaron mi ilusión de un parto respetado. Desde entonces, tenía miedo, sufrí mucho para poder parir a mi hija,  fui la más llorona, sentí que mi útero quería explotar a causa de la oxitocina artificial que caía a gotones, ¡horrible! No le deseo a nadie. Sin embargo, ver a mi hija fue lo más hermoso de este mundo, el dolor del alma y físico se fueron de mi cuerpo, la amé, nos amamos.
Gracias por leer y a empoderarse en alma, corazón y vida. Luchemos por un parto respetado, por nuestras ganas de vivir la mejor experiencia de dar vida.



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