Cuando nació nuestra primera hija Claudine, prácticamente desde el primer momento que la tuvimos en casa, siempre preferimos tenerla con nosotros por las noches a la hora de dormir, ya sea porque nos preocupaba mucho no tenerla bajo nuestra supervisión en esas horas o porque nos parecía lo más práctico en los momentos en que nuestra pequeña se despertaba de madrugada, de esa manera el impacto en nuestro descanso también era menor, ya que al día siguiente había que estar con fuerza para las labores diarias. Nuestra pequeña Claudine también descansaba mejor en los brazos de mamá, no había llantos de madrugada y poco a poco comenzaba a dormir casi de largo y siempre cobijada con el calor de mamá y papá. En esos momentos ninguno de los dos estaba familiarizado con el concepto de “colecho” o “crianza con apego”, fue algo natural o instintivo.
Pasaron poco más o menos dos años y con la llegada de nuestro segundo hijo Nicolás, la historia no fue diferente. Como Claudine ya había crecido, tenía 2 años entonces, cedió su lugar a su pequeño hermanito, sin embargo, quisimos continuar teniéndola a nuestro lado a la hora de dormir, ya que nos dimos cuenta que su sueño era más prolongado y profundo, y por lo tanto le aseguraba un buen descanso, por ello trasladamos su cama junto a la nuestra. Con Nicolás estamos experimentando algo similar, su sueño también es más profundo y reparador.
Ya han pasado 4 años y Claudine y Nicolás son unos niños felices, activos y muy seguros de sí mismos. Eventualmente pasarán a dormir en su propia habitación, la cual estamos preparando, y pienso que el impacto no será grande para ambos, ya que pienso que quizás internamente hemos vinculado su hora de dormir con la seguridad al tenernos cerca, al saber que estamos allí para vigilar sus sueños.
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